Y al ver las multitudes, [Jesús] tuvo compasión de ellas… —Mateo 9:3
La
historia de Elizabet era, cuanto menos, conmovedora. Después de una
experiencia terriblemente humillante, tomó un autobús para irse de la
ciudad y huir de la vergüenza. Llorando desconsoladamente, casi ni se
dio cuenta de que el autobús había parado en el camino. Un pasajero que
iba sentado detrás de
ella, totalmente desconocido, estaba a punto de bajar, pero, de repente,
se detuvo, se dio la vuelta y caminó hacia donde estaba Elizabet. Vio
que lloraba, le dio su Biblia y le dijo que creía que la necesitaba.
Tenía razón. Pero ella no solo necesitaba la Biblia, sino también al
Cristo de quien ese libro hablaba. Elizabet recibió al Señor por este
sencillo acto compasivo de un extraño que le regaló algo.