Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad. —1 Juan 1:9
Un
amigo mío estaba contándome sobre sus experiencias del año anterior,
durante el cual había estado recibiendo un tratamiento médico contra el
cáncer. La sonrisa en su rostro era un testimonio poderoso de la buena
noticia que le habían dado. Dijo que los
resultados de todos los estudios que le habían hecho tras un año de
tratamiento indicaban una misma cosa: «¡Usted está completamente
limpio!». ¡Qué diferencia pueden marcar dos palabras! Para mi amigo,
completamente limpio significaba que no quedaban rastros de la
enfermedad que había puesto en peligro su vida solo unos meses antes de
que la borraran de su cuerpo. ¡Nos regocijamos al oír que se había
curado totalmente!
El rey David, después de su fracaso moral con Betsabé, anhelaba que ocurriera algo similar en su corazón. Con la esperanza de que las manchas del pecado fueran lavadas, exclamó: «Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí» (Salmo 51:10). La buena noticia para él y para nosotros es que puede solucionarse el problema de nuestros pecados. Cuando necesitamos limpieza, las conocidas palabras de Juan brindan esperanza: «Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad» (1 Juan 1:9).
Nosotros mismos no podemos limpiar nuestro corazón; solo Dios puede hacerlo. ¡Si le confesamos nuestros pecados, Él promete volvernos completamente limpios!
—WECEl rey David, después de su fracaso moral con Betsabé, anhelaba que ocurriera algo similar en su corazón. Con la esperanza de que las manchas del pecado fueran lavadas, exclamó: «Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí» (Salmo 51:10). La buena noticia para él y para nosotros es que puede solucionarse el problema de nuestros pecados. Cuando necesitamos limpieza, las conocidas palabras de Juan brindan esperanza: «Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad» (1 Juan 1:9).
Nosotros mismos no podemos limpiar nuestro corazón; solo Dios puede hacerlo. ¡Si le confesamos nuestros pecados, Él promete volvernos completamente limpios!
La confesión a Dios siempre produce limpieza.
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